Fuente del museo nacional de antropología de México
Ya su arquitectura, desde el momento en que estacionó el auto me pareció formidable. La enorme fuente de su entrada parece una piedra de sacrificios, pero lo único que sacrifica es un perenne paso de agua que la trasforma en una gran flor-hongo-regadera que invita a mojarse en su piedra lustrosa. Las salas del museo son espaciosas y huelen divinamente. Todo está perfectamente iluminado y narrado, de manera que si no vas con guía alguno, como fue mi caso, todo sigue siendo igual de claro y mágico.
Vas caminando y a tu paso se abren dioses, mercados, ciudades sol, rostros bellamente tallados en la humildad de la piedra noble, cuchillos ávidos de muerte en la reluciente belleza de la obsidiana. Mujeres majestuosas en faldas de serpientes, adolescentes de maíz, guerreros perfectos en su sed de poder, todo va apareciendo a cada paso, a cada mirada, con cada latido.
Tlazoltéotl, la madre de Cinteotl, dios del maíz, es la “devoradora de la mugre”, de la basura, diosa de la tierra y del nacimiento. Relacionada con la luna y con la sexualidad. Su dualidad, que como tantas otras representa las dos caras, la necesaria simbiosis entre las fuerzas de la creación y la destrucción, nos habla del placer y del pecado, de la vida y la muerte. En algunas representaciones lleva un tocado con un huso de hilar, por lo que se asocia con las hilanderas que tejen el destino de los hombres. Limpia los pecados, pero también incita al placer y la lujuria, y también representa a la “gran paridera”, la patrona de los recién nacidos. Vida y muerte, los dos aspectos del ciclo de la vida. También era la deidad de las medicinas, adorada por hechiceros. En sus manos tiene una raíz, la “raíz del diablo”, para calmar los dolores de parto, su boca está circundada por una mancha oscura, signo de la suciedad, el pecado y lleva una calavera en la nuca, signo de la muerte.
Vida, placer, pecado y muerte… todo eso lleva Tlazolteotl en su pequeña figura, y es mujer, mujer, mujer hasta la médula.