No fui una niña muy proclive a los juguetes. Tal vez porque en la época en la que fui una niña cronológicamente niña ( hoy también lo soy a pesar de mi desfase cronológico), los juegos reemplazaban a los juguetes. El territorio de los juegos estaba en todas partes: en la vereda, en los jardines, en el “fondo” de las casas, en las azoteas ( no sé por qué pero le decíamos así en lugar de terraza), en los “potreros”, en las placitas del barrio, en el patio del colegio. Había árboles donde treparse, algún auto viejo y abandonado para jugar a la escondida, barro para hacer tortas, calles inundadas para chapalear con las botas pampero infantil, en fin, toda la extensión que abarcaba la mirada se podía volver un juego, había que imaginar, solo eso, y eso era lo más fácil.
Yo imaginaba que era maestra, y formaba largas filas de alumnos en el patio de damero de la casa de mi abuela Angelita. Les pasaba lista, los hacía “tomar distancia” ( ¡Qué horror!) y luego los entraba al aula (imaginaria) y les daba la clase. Tenía una taza de flores rosadas y grandotas en la que tomaba el té mientras explicaba, tal como lo hacían mis maestras, y en un pizarrón ponía prolijamente la tarea. Tenía dos o tres alumnos imaginarios a los que retaba sin cesar; eran “los terribles, los vagos” que nunca podían faltar en algún curso, incluso me quejaba de ellos con otra maestra imaginaria, durante el recreo imaginario.
Otras veces imaginaba ser una panadera, preparaba tortas y masas de barro de diferentes formas y tamaños que luego acomodaba sobre una rejilla y las vendía a mis clientes imaginarios, que eran los vecinos de la panadería, de los que conocía todas sus historias de vida (imaginarias) que comentaba primorosamente mientras los atendía.
Y así iban sucediéndose mis juegos de infancia: secretaria, diseñadora de modas, vendedora de ropa, artista de cine, cantante. No hacía falta mucho, más bien casi nada, solo algo que había en abundancia: imaginación.
Pero como dice la canción; cambia, todo cambia, y hoy cuesta imaginarse a nuestros hijos jugando sin juguetes, diciéndole a una pared: “ Mirá, Iñíguez (este era uno de mis alumnos vagos) o te ponés a trabajar o te mando a la dirección!” o exclamado al más límpido de los aires: ¡¿En serio doña Inés?!, y ¿cuándo puso fecha su hija para el compromiso?, mientras depositan en el suelo raso un paquete con una bola de barro. De ser espectadores de este tipo de escenas, la extrañeza sería una posibilidad y otra la rápida llamada al pediatra. Cuando V era muy chiquita tenía dos amigos imaginarios: Musa y Tinel, y los anexaba a sus juegos con un realismo que a veces me hacía correr un friito por la espina. Incluso cuando le preguntaba, estupidamente, ¿Con quién estás hablando V?, ella me contestaba con absoluta naturalidad: Con Musa, ma, ¿no la ves, ahí sentada?. Claro, yo ya era un adulto y a simple vista, ya no la veía.
Creo que a pesar de poblar la infancia de mis hijos de abundantes juguetes, siempre los he animado a imaginar, aún lo hago, ya no juegos, sino proyectos, pero reconozco que los juguetes nos han invadido lo suficiente.
Tanto así, que hace unos años, se me metió en la cabeza que quería un Wasausky, o sea ese monstruito verde con un solo ojo de la peli “Monsters inc”. Le pedí a un amigo que vivía en USA que me comprara uno, pero nunca me lo trajo. Recuerdo que se los comenté a mis hijos con tristeza. De esto hará más de tres años. Un día, hace un par de meses, vuelvo del trabajo, muy cansada, y mi hijo T me dice: “Mami, hay algo para vos en la mesa de luz, yo te lo conseguí, se lo pedí a un amigo para vos, ahora ya lo tenés”. Y allí estaba mi Mike Wasausky. Me emocioné muchísimo, como si fuera muy pequeñita y mi mamá me lo hubiera comprado. Ahora, todas las noches, cuando me estoy por dormir, le cierro su ojo móvil y le digo: "Hasta mañana Wasausky, no olvides tu papeleo"
Así que debo reconocer mis queridos amigos, que a pesar de pertenecer a la generación I ( imaginativa), me gusta tener también mis juguetes. ¡¡Gracias T, por comprenderlo!!
Yo imaginaba que era maestra, y formaba largas filas de alumnos en el patio de damero de la casa de mi abuela Angelita. Les pasaba lista, los hacía “tomar distancia” ( ¡Qué horror!) y luego los entraba al aula (imaginaria) y les daba la clase. Tenía una taza de flores rosadas y grandotas en la que tomaba el té mientras explicaba, tal como lo hacían mis maestras, y en un pizarrón ponía prolijamente la tarea. Tenía dos o tres alumnos imaginarios a los que retaba sin cesar; eran “los terribles, los vagos” que nunca podían faltar en algún curso, incluso me quejaba de ellos con otra maestra imaginaria, durante el recreo imaginario.
Otras veces imaginaba ser una panadera, preparaba tortas y masas de barro de diferentes formas y tamaños que luego acomodaba sobre una rejilla y las vendía a mis clientes imaginarios, que eran los vecinos de la panadería, de los que conocía todas sus historias de vida (imaginarias) que comentaba primorosamente mientras los atendía.
Y así iban sucediéndose mis juegos de infancia: secretaria, diseñadora de modas, vendedora de ropa, artista de cine, cantante. No hacía falta mucho, más bien casi nada, solo algo que había en abundancia: imaginación.
Pero como dice la canción; cambia, todo cambia, y hoy cuesta imaginarse a nuestros hijos jugando sin juguetes, diciéndole a una pared: “ Mirá, Iñíguez (este era uno de mis alumnos vagos) o te ponés a trabajar o te mando a la dirección!” o exclamado al más límpido de los aires: ¡¿En serio doña Inés?!, y ¿cuándo puso fecha su hija para el compromiso?, mientras depositan en el suelo raso un paquete con una bola de barro. De ser espectadores de este tipo de escenas, la extrañeza sería una posibilidad y otra la rápida llamada al pediatra. Cuando V era muy chiquita tenía dos amigos imaginarios: Musa y Tinel, y los anexaba a sus juegos con un realismo que a veces me hacía correr un friito por la espina. Incluso cuando le preguntaba, estupidamente, ¿Con quién estás hablando V?, ella me contestaba con absoluta naturalidad: Con Musa, ma, ¿no la ves, ahí sentada?. Claro, yo ya era un adulto y a simple vista, ya no la veía.
Creo que a pesar de poblar la infancia de mis hijos de abundantes juguetes, siempre los he animado a imaginar, aún lo hago, ya no juegos, sino proyectos, pero reconozco que los juguetes nos han invadido lo suficiente.
Tanto así, que hace unos años, se me metió en la cabeza que quería un Wasausky, o sea ese monstruito verde con un solo ojo de la peli “Monsters inc”. Le pedí a un amigo que vivía en USA que me comprara uno, pero nunca me lo trajo. Recuerdo que se los comenté a mis hijos con tristeza. De esto hará más de tres años. Un día, hace un par de meses, vuelvo del trabajo, muy cansada, y mi hijo T me dice: “Mami, hay algo para vos en la mesa de luz, yo te lo conseguí, se lo pedí a un amigo para vos, ahora ya lo tenés”. Y allí estaba mi Mike Wasausky. Me emocioné muchísimo, como si fuera muy pequeñita y mi mamá me lo hubiera comprado. Ahora, todas las noches, cuando me estoy por dormir, le cierro su ojo móvil y le digo: "Hasta mañana Wasausky, no olvides tu papeleo"
Así que debo reconocer mis queridos amigos, que a pesar de pertenecer a la generación I ( imaginativa), me gusta tener también mis juguetes. ¡¡Gracias T, por comprenderlo!!
Oye Wasausky, no hiciste tu papeleo anoche...una de las mejores pelis que ví en los últimos años. Anexo Las eras de los yelos, Vecinos invasores, El cadáver de la novia, Coraline y hay más, pero no me acuerdo ahora.
ResponderEliminarBesos Ciri, te quiero mucho.
¡Y cómo te comprendo! Jugar a todo: la maestra, la secretaria, la vendedora, la mamá... Hasta hacíamos novelas de "hermanas" con la buena y la mala...
ResponderEliminarMi hijo mayor tenía, también, dos amigos imaginarios: Teresa y Tejeclo (?). Un día yo me estaba bañando y escucho que Nick hace como que abre la puerta y "hace pasar" a alguien. Inmediatamente(muy educadito el chico), abre la puerta del baño y dice "acá está mi mamá". Ni que decirte que me costó un rato asumir que el amiguito era sólo imaginario...
Besos, ¡muy linda entrada!
Abru: Coincido totalmente amiga del alma, la era de los yelos, me falta la última, las que llevo vistas son geniales. No te olvides de los aristogatos, desde que lo tengo a Indi me pega el triple.
ResponderEliminarYo también te quiero mucho!!
Mile: Sos una mina genial! yo sabía que en vos iba a encontrar un alma gemela, sos de las que llamo "minas fieles de gran corazón".
Tejeclo me suena a joven griego bien parecido, medio perversillo... vos estás segura que no lo viste? para mí que el pendejo te clavó la mirada mientras te jabonabas, jajaja!!!!
un abrazote
Cirita: ¡gracias, gracias gracias!
ResponderEliminarQue uno a veces entra a un blog, y no sabe bien qué puede llegar a encontrarse, y bueno, me gustó mucho este espacio y las cosas que decís.Quiero entrar con más tiempo (uy, ando enloquecida de trabajo) y leer más, cosas de antes.
¡Te espero por casa! Con respecto a Tejeclo, nos habían dicho que era un nombre hebreo antiguo, la verdad, no lo volví a buscar.
Pero seguro él tiene algún recuerdo de mí (debo reconocer que yo era muy joven, no sé qué diría Tejeclo hoy si me viera en la ducha, jajajjaa).
Un beso grande.