Una de las cosas que más disfruto de la vida, es generar un vínculo afectivo con mis maestros. Tengo la enorme fortuna de que esto se haya producido invariablemente en mis dos especialidades. Seguir la relación con ellos, pero pasada la etapa del alumnado, ya desde la amistad, es uno de mis grandes placeres y algo que enseño y comparto con mis hijos. Porque entonces, después que dejan su rol de "calificadores" empezamos a compartir la vida, empezamos a intercambiar sensaciones, formas de pensamiento, y vamos construyendo un vínculo en el que el afecto y la familiaridad alimentan la admiración y la hacen mucho más poderosa.
De todos modos, la amistad de C no fue tan sencilla desde un principio, imagino que porque ambos somos seres complicados y de carácter. Me costó bastante tener su confianza y lograr un espacio en su apretado mundo interior. Aún construyo ese espacio, y no es fácil, nada que venga de él es sencillo, será por eso que lo quiero tanto, por esa cosa laberíntica de su personalidad y de su afecto. Penetrar en sus pensamientos es algo que me provoca alegría. Es muy lindo tener ese sedimento cuando estás con alguien, sentir que llenó tu corazón de alegría. Creo que es la condición que marca el sentido de la amistad, la alegría que te queda cuando solo queda el recuerdo.
Algo especialmente valorado por mí es nuestra "amistad epistolar". Hace ya un par de años que compartimos historias de vida, pensamientos, escritores y demás yerbas cotidianas en nuestros mails. A mi, es sabido, me gusta mucho escribir y él estimula muchísimo este hábito. De estos intercambios, ha despertado mi interés por algunos filósofos y autores que desconocía, he aprendido sobre ciertos personajes maravillosos, he vuelto a leer a poetas un tanto olvidados, y he aprendido a deleitarme de plumas como la de Borges. De él aprendí ciertas historias absurdas que jura que son verdaderas pero que yo disfruto más pensando que las ha inventado y me las cuenta para alivianar mis momentos difíciles. Hay una de Anatole France que él sabe que me gusta mucho y cuando puedo, le pido que me la cuente de nuevo, aún a sabiendas de que yo pienso que la ha inventado toda. Me hace reir, y esto es muy bueno.
Pero lo mejor de este ser, es su sensibilidad. Detrás de esa oscura personalidad se guarda un ser de una sensibilidad exquisita. Esto es lo que lo trasciende como amigo y lo hace mi hermano. Y es que C, representa para mí, el hermano con el que siempre soñé. Y esto es un sentimiento relativamente reciente. Siento que aunque pasen los años, las estaciones se sucedan en su fuga repetida y la historia vaya tejiendo sus tramas, él estará allí velando por mi. No importa dónde, a cuánta distancia, él está siempre y lo estará sin exepción. Su incondicionalidad es tal vez la expresión más absoluta de su amistad. Y esto es parte de su sustancia, C es incondicional para todos aquellos que quiere. Este es su don.
Ya no puedo decir más. Por supuesto que siento que todo lo que he escrito es poco y no lo representa, pero tengo mis limitaciones y esto es lo que puedo, al menos hoy.
La mejor manera que encuentro para cerrar esta entrada es con sus palabras.
Este es el último mail que recibí de él. Siento que es bellísimo y me hace feliz compartirlo.
..."Leí estos días una antología poética de Miguel Hernández. Murió cerca de los 40 años y lo asocio a la definición de "lo vital". Era la vida misma escribiendo. Descontrolada, imposible, inefable, formidable, tenue, frágil, indestructible. Todo a la vez. Escribió en los muros de la cárcel donde murió durante la dictadura de Franco:
"Adiós, hermanos, camaradas y amigos
Despedidme del sol y de los trigos"
Sus elegías son perfectas: sólo alguien que amara tanto la vida pudo describir así la pena por la muerte de algunos de sus seres queridos.
No sé por qué he vuelto a leerlo. Siempre me hizo sentir en falta. Alguien tan vivo pone siempre en duda el nivel de nuestros lances con la vida: en lo personal, me da envidia y me hace sentir muerto. No es muerto quizá la mejor palabra: la imagen es la del frío glacial de la razón (el acero quirúrgico) -la "razón de mi vida", mi yo-, contra el fuego de unos leños en una hoguera que calienta, pero que puede carbonizar. No le perdono que me haga sentir así. Y sin embargo...
¿Qué haremos? Comenzaremos un nuevo año. En mi caso, el número 48 de vida en la tierra (el "muerto que habla"!). Nada será sustancialmente distinto: y sin embargo, renovaremos la fe. Qué palabra terrible: Fe. Virtud teologal. La convicción de aquello que no es evidente. Tendremos también la duda, como plantea Sabina: "tenemos la duda y la fe, sumo y sigo...". Con estas dos herramientas, caminaremos hacia una extinción personal cada vez más cercana. Acumulando deudas con nosotros mismos y con los otros, y detritos mitocondriales cada vez más difíciles de ocultar.
Y sin embargo... Sin embargo, somos la naturaleza. Y, Deus sive natura, somos Dios. La Navidad hace renacer en mí la fe en la metafísica de Spinoza, la metafísica de mi Abuelo, que nunca oyó hablar del Judío Maldito, del Sabio de Nietsche. Como toda fe, terrible y consoladora. Y desoladora.
Como el muérdago que, al fin y al cabo, pincha y debe pinchar. Porque esa es su esencia. Que ni los besos debajo de su sombra pueden cambiar."
Una y mil veces, sencillamente, gracias.