Y ahora, es tu turno.
M decidió que el 1 de Septiembre de 1999 era el día indicado para que él y sus dos hermanos salieran de mi abultado vientre a descubrir el mundo. Claro, él estaba preparado, los otros dos todavía no tanto, pero lo siguieron.
Cuando lo vi por primera vez, no pude entender lo que mis ojos me regalaban: era una cosita pequeñita y perfecta: sus pómulos, sus ojos, su frente amplia y sedosa, las comisuras de su pequeña boca rosada. Su perfume era intenso y delicioso.
Todo en él era placidez, quietud, mansa entrega al milagro de la vida.
M creció entre risotadas, se reía hasta desgañitarse, su sino era la abundancia. Devoraba sus papillas hasta el último micrón. Se ponía rosado de abundancia con sus mamaderas y dormía como un buda en su rolliza plenitud.
Cuando era un bebé le decíamos “la bola”, porque era redondo, cachetón y rosado como un pompón de espuma de caramelo. Lloraba solo por necesidades básicas, el resto era dicha y joda, sólo eso.
Cuando V fue a visitar a sus hermanos por primera vez, al único que podía tener en brazos era a el, porque T y C tenían que controlar demasiadas cosas para salir mucho tiempo de sus incubadoras, así que M fue el primero en encontrar su diminuto regazo. Desde ese día se volvieron inseparables. Se adoran. M venera a V, a pesar de todo, de peleas y broncas, siempre están juntos, reafirmando ese antiguo pacto que entablaron una tarde de septiembre en el Hospital Italiano.
Es mi gran compañero, mi soldadito de azúcar, mi dulce protección. Nos encanta salir juntos a hacer las compras, ir al super a elegir los mejores tomates, los ajíes más rojos, las especias indicadas para una comida gourmet. Miramos juntos el canal gourmet y me ayuda a cocinar, algo que le encanta. El es el mejor a la hora de decidir si la salsa está bien sazonada, si la carne está tierna, si es el “dente” de los fideos o el punto del calamar. Cuando salimos a hacer las compras, me abre la puerta y me dice” Madame, adelante”. Me acompaña a comprar ropa, yo salgo del probador y lo miró: _¿Qué tal M, te gusta?_ . El me sonríe como un tipito encantador y me dice _Si mami, te queda muy bien_
Vamos por las calles comentando lo que vemos, nuestros pequeños descubrimientos, nuestras decepciones, lo que nos gusta y nos hace felices. Hablamos del futuro, de la vida, de la familia, de mi trabajo, de sus tareas y los amigos.
Cuando me vence el cansancio o me oscurece la tristeza, el me abraza y me dice _Te quiero mucho_. Solo eso. Y eso basta para sentir que Dios me ha bendecido con su ternura.
Tenemos un código de “rascado”: Primero él me rasca la espalda y yo le cuento historias, después yo le rasco a él hasta que se duerme.
Hijo mío, mi pequeñito y dulce caballero medieval, tan sensible como las alas de una libélula, tierno, amoroso, quiero que sepas que al abrigo de tu amor, en el espejo de tus ojos me siento la mujer más poderosa de la tierra.
Tu amor me ha nombrado reina, señora y dueña de la comarca de tus brazos, hada mágica del territorio de tu fantasía, unicornio plateado de tus sueños, canción de cuna de tus cansancios.
Amor pequeñito y poderoso: Gracias!!!!
Te ama: Mamá.
M. salió primero...mamá tranquila con tres personitas dentro, hay que estar en ese cuero nena.
ResponderEliminarSoldadito de azúcar, cuánta fuerza nos dan.
Besos mami amorosísima.
Ellos son lo que nos mantiene vivo el deseo de seguir.
ResponderEliminarBesos
¿quien se fue de vacaciones sin avisarme?
ResponderEliminarTati, linda... no sabes como disfrutan mis hijitos de sus vacaciones.
ResponderEliminarte mandamos un beso por cinco