domingo, abril 11, 2010

Un nuevo amigo de dos millones de años



Matthew y su amigo del pasado se encontraron.
La historia tiene varios aspectos bellísimos.
El primero es el de la serendipidad, o sea el hallazgo o descubrimiento de algo, en el proceso de búsqueda de otras cosas diferentes. En este caso, la definición pura escapa un poco de la realidad: Matthew, tal vez no buscaba nada, solo correteaba en una mañana soleada con su perro Tau, pero sí encuentra algo que no buscaba conscientemente. La inversa, tal vez sea posible ( y yo creo que sí, por la belleza que lleva implícita) y entonces cabe pensar, que ese otro niño, cansado de un sueño de millones de años, sí los estaba buscando a Matthew y a Tau para jugar. El no deseaba a nadie más. El buscaba a Matthew, porque Matthew era el indicado…por muchas razones.
El segundo aspecto fantástico lo lleva el nombre del perro: Tau. El nombre de un agujero negro, una región del espacio-tiempo de la que ninguna partícula, ni tan siquiera los fotones de luz, puede escapar.
Matthew y su amigo del pasado no iban a escapar del encuentro. Había una región, un momento, un instante, que el universo les había reservado. Quién sabe cómo y cuándo esa cita estaba definida.
Matthew tropezó, seguramente sintió algún dolor y hasta maldijo en su idioma de niño aquél traspiés. Tau debe haberse acercado a olisquear, a constatar la seriedad de la caída, el estado de su amigo y la irreverente forma del obstáculo. Y entonces… acontece la magia: dos millones de años después, aquel niño de la edad de Matthew lo llama para jugar. Una de las cosas que más admiro de los niños es la enorme capacidad de búsqueda y encuentro que poseen: bastan pocas cosas para establecer vínculos: una mirada, una sonrisa, una mueca, un juguete en común, un deseo…un fósil.
Creo que nadie puede dudar que después de dos millones de años, un niño despierte y simplemente quiera jugar con otro de su edad.
Y si bien la historia podría terminar aquí, su encanto, su delicada belleza, no lo permite.
Lee R Berger, paleoantropólogo norteamericano, padre de Matthew, había dedicado veinte años de su vida a la búsqueda de homínidos a solo una sierra de distancia del lugar. Esta región, al norte de Johannesburgo ha sido un paraíso para la búsqueda de fósiles desde los años 30.
Pero el mundo de los niños, todos lo sabemos, es misterioso y extravagante. Ellos tienen códigos que resultan indescifrables para los adultos. Matthew y su amigo del pasado los tenían, sin saberlo.
Matthew conocía el idioma de los sueños de su padre, lo conocía y lo amaba, con la incondicionalidad con que aman nuestros hijos nuestras propias extravagancias y sueños. Entonces llevó su tesoro, los restos de su nuevo amigo, al abrigo de las manos de su padre. Ese tesoro resumía la vida de un niño, como él, de su misma estatura, muerto a su misma edad.
Matthew había abierto, sin más ligereza que la del juego, una puerta en el viejo y conocido laberinto de la evolución. Su amigo, aún sin nombre, se había acercado con el secreto de su propia especie. Dos millones de años, ahora…los acercaban.
Aún hay más belleza en este relato: Matthew, que es un nombre bíblico, significa regalo de Dios, y para San Francisco de Asís, la señal de la Tau era con la que sellaba sus cartas y marcaba las paredes de su celda. Para él, al igual que la cruz, era el signo de la salvación y la redención.
Quienes creen, y yo entre ellos, podemos también pensar, que algo de la esencia Divina
quiso ser parte de esta aventura.
“Dios no juega a los dados con el hombre”, lo dijo Einstein…yo sólo lo recuerdo.

miércoles, abril 07, 2010

Palpita la multitud

Vivo cerca de la cancha. O sea, de un estadio donde la gente grita, se transpira de pies a cabeza ( cuando llueve se moja igual pero por causas “extrínsecas” a la anatomía), se morfa un montón de grasas dañinas, se pasa los tetra brick con el ceremonial de un sacramento, putea, llora, se ríe a carcajadas, se insulta, sopla cornetas, flamea estandartes, se come las uñas y los “pellejitos”, se arranca algunos mechones de pelo, se besa, se abraza, se persigna, cierra los ojos, implora, desea, se agita, se… entiende.
Hoy la muchedumbre suena a lo lejos. Está brava la cosa, puedo decir, sin temor a ser metafórica, que late al unísono. Imagino los tablones repiqueteando con varios tornillos desparramados por el aire denso. Hay “vida” en el aire…mucha vida.
Me sonrío. Paro la oreja para meterme más entre la multitud, para captar aromas ( aunque, claro, no del todo sanos y de buenas costumbres). No me importa. El sonido de la algarabía y la muchedumbre me da la sensación de estar viva. Trato de reconocer la melodía que canturrea y que el oleaje de la distancia me devuelve como un ronroneo.
No desearía estar en la cancha.
Me gusta estar aquí, espiando sin ver, desempolvando mi angustia sin quebrar la armonía de una fiesta en la que jamás estaría invitada.
Dale campeón, dale campeón!!