viernes, mayo 22, 2009

Esa mujer




Hace algunos años que tengo la fortuna de compartir una entrañable amistad con C, un tipo "muy" particular. Hace menos años, tal vez un par o apenas uno, que tengo el placer de compartir con él un diálogo epistolar que me hace feliz y mejor persona. Guardo todos y cada uno de nuestros mails porque son testimonio de nuestra amistad y además porque estéticamente me gustan demasiado. A partir de la "era C" aprendí que Borges es una adicción, un punto de encuentro fabuloso, pero C merece una entrada especial, que no será esta.
Esta, será la entrada de mi abuela Angela, esa mujer que dió a mis días de niña la magia que después fue revelación de lo poderoso en mis días de mujer.
Me permito publicar algo que originariamente fue parte de uno de esos intercambios epistolares con C. Imagino que él lo aprobará, de la misma manera que aprueba y disfruta de mis escritos, con la misma intensidad con la que me anima a escribir. Sé además que esto lo emocionó, por alguna razón que él mismo describió como inexplicable. Basada en su exquisita sensibilidad me animo a publicarla para todo aquel que se aventure en estás páginas:
¿Ocurrirá algo trágico?. Cosas trágicas ocurren diariamente.
El mundo es un muestrario de cosas trágicas sin las cuales el evolucionismo hubiese sido una estúpida fantasía del simpático y barbudo Charlie. Este mundo es extensamente trágico e injusto, fuimos creados para habitar un mundo trágico y la naturaleza nos dotó ( inteligente y selectivamente según la especie) de la maquinaria precisa para ir cayendo de acuerdo con las necesidades estadísticas.
También pensar en que algo trágico va a suceder o al menos "algo" que sin ser tan trágico sea lo suficientemente ajeno a nosotros, nos pone a cierto resguardo de la monotonía resignada en la que vivimos día a día. Este pensamiento me hace retroceder unos cuantos años y volver a un recuerdo de infancia que ilustra bastante bien esta sensación apocalíptica y al mismo tiempo placentera.
Cuando era muy chica, muchas veces me quedaba a dormir con mi abuela paterna. Mi abuela era un personaje amado hasta la médula y algo que me gustaba mucho de ella era que vivía sin relojes. Todos los relojes de su casa estaban descompuestos y ella regía su vida por los cambios de luz y sombras y por la entrada o salida de gente de aquella casa. Jamás la vi apurada, su tiempo era laxo y gentilmente elástico como los relojes de Dalí. Su vida entera estaba dedicada al disfrute de la casa y de la gente que iba y venía por sus corredores y habitaciones, esto hacía que el tiempo se detuviera indefinidamente si algún ser querido o vecino lo requería.
Se acostaba tardísimo, cuando en la tele todos los canales ya eran un muestrario de rayas y ruidos diversos; entonces prendía la radio y se acomodaba una cantidad de revistas y librucos misteriosos en la mesa de luz y le daba hasta la madrugada. Yo generalmente me dormía mucho antes que ella y cuando me despertaba ella ya estaba en la cocina tomando mate y cosiendo.
Una de las tantas cosas que me fascinaban de aquella casa y cuyo recuerdo aún me estremece, es que cuando sonaba el teléfono tarde en la noche o el timbre de la puerta a horas avanzadas, ella decía con una voz grave y lenta: "¿Quién podrá ser a estas horas?".
Esa frase me provocaba una sensación de vacío descomunal, era como si después de una larga caminata nocturna me encontrara frente a un abismo. La sensación era que todo podía ocurrir, que aquello que estaba detrás de la puerta o del teléfono podía precipitar un final o ser el comienzo de una realidad totalmente diferente. Por supuesto que la mayoría de las veces era un familiar o un vecino desvelado con una taza vacía pidiendo azúcar o harina, pero hasta que entraba en escena era el apocalipsis.
Mucho tiempo después entendí que esa sensación se acompañaba de placer y era el placer de mi fantasía de que algo conmovedor iba a ocurrir, algo que estaba mucho más allá de mi, de cualquiera. Yo solo era un espectador de lo inminente y lo inminente era por completo desconocido y tal vez un poco trágico, y el placer era sentir que aquello arrastraba mi existencia inexorablemente.
Esta bueno sentarse en el teatro y no saber por donde entran los actores.
Uno, por las dudas, se aferra al apoyabrazos... lo notaste?

4 comentarios:

  1. Hola Cirita, qué grata sorpresa me diste con tu visita en mi mundo. Acá vengo a devolverte la vista y me quedé pensando, después de leer lo que contás de tu infancia. Que ese tipo de vivencias perduren intactas, con esas mismas sensaciones, que lo recuerdes tan bien, es fantástico.
    Las abuelas mágicas existieron, yo tuve una, tengo miedo de nombrarla tan seguido y convertirla en mito y después que nadie me crea que existió.
    Besos.

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  2. Abru, que lindo que estés vos también en mi blog. Sobre todo porque vos ya sos una erudita en el tema. Para mi son los primeros pasos.
    Y si es cierto y tan así como vos lo decís, "abuelas mágicas". Con los años, y ya son muchos, los recuerdos se van haciendo más nítidos, más vívidos y vuelven a cada rato, disparados por las cosas más dispares.
    Bienvenida y un beso

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  3. Hola Cirita: pero qué viá ser erudita yo, mi erudición no va más allá de dejar los platos bien lavados (gracias a un cuento de Ememe).
    Espero disfrutar más de anécdotas suyas, con abuela, con hijos, debe tener de a miles y muy interesantes, de eso no me cabe duda.
    Además siempre es mejor acompañado de una buena narrativa, como la suya...y ya dejo de tirarle flores, no sea cosa que se acostumbre. jejeje.

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  4. Grandes personas por como las describis..
    vos sos una de ellas marce
    un besito
    Vickirulis

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